En la aldea
25 abril 2024

Mucho ruido social, pocas nueces políticas

El vínculo entre las protestas sociales y las transformaciones políticas está más condicionado y es más inexacto de lo que parece. La protesta social en Venezuela está consolidada, pero el oxígeno para el trabajo político escasea.

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Alonso Moleiro | 31 agosto 2020

La protesta social es crónica; la protesta política es cíclica. La primera tiende a ser específica y a reproducirse diseminada. La segunda, con frecuencia, precisa de algún misterioso mecanismo de carga acumulativa que la convierte en multitudinaria para luego evaporarse. Aquella mantiene un vínculo implícito, aunque sea sugerido, con el estado chavista en procura de sus servicios. Esta última formula un planteamiento en el cual, a estas alturas, ya desconoce la legitimidad revolucionaria.

En Venezuela suele argumentarse que  los reclamos sociales vinculados a las graves insuficiencias de la vida cotidiana deberían obrar en función de los objetivos políticos inherentes a la conquista de la democracia. Muchas personas opinan que las cosas no han cambiado porque los políticos no asumen su compromiso con los problemas sociales de la población. La protesta política, la lucha por la democracia, se afirma, debe tener un contenido social. Sin embargo, cuando al universo de la sociedad civil se le formula una propuesta desde el campo de la política, es común que se le rechace, con la excusa de que “no se politice”.

La protesta social encuentra su asiento en demandas concretas, problemas específicos, promesas no cumplidas, calamidades. La política hace una abstracción de los reclamos ciudadanos y termina formulando argumentos totalizadores, sistémicos, con expresiones simbólicas por excelencia, como la propia bandera nacional. A veces los códigos de ambos mundos no se comprenden.

“¿Es suficiente la protesta social para lograr cambios políticos? No, no es suficiente. Es un componente, un indicador, una expresión necesaria. En el caso de un régimen autoritario se necesitan otros elementos”

Luis Pedro España, sociólogo

La irritación social y la crisis política han tenido en los medios de comunicación social un vaso comunicante natural en la era de la sociedad de masas. El vínculo entre ambos universos, sin embargo, no es tan articulado ni tan transitivo como parece. La violencia social tampoco da lugar, necesariamente, a la violencia política. Todavía más: Las realidades sociales no siempre se traducen en realidades políticas

Marco Antonio Ponce, director del Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), comenta que la aparente desconexión entre la protesta social y la protesta política “tiene muchas lecturas, pero hay un factor que incide: La ausencia de conducción de esas manifestaciones”. Ponce analiza el espacio que comparte el mundo social y político en el debate público, y apunta que tal circunstancia es asumida y comentada por el liderazgo político actual como una materia pendiente.

En el primer semestre de este año, comenta Ponce, se han registrado 5 mil manifestaciones, el 80% haciendo reclamos vinculados a derechos sociales. “Hay claramente  una desconexión entre los sectores políticos del país y esas protestas. Recientemente Juan Guaidó ha hecho algunas proposiciones en ese sentido. Él está en la obligación de conectarse con el ciudadano común que protesta porque el salario no le da ni para comer”.

El desamor social y político

El vínculo no correspondido entre la agitación social y las crisis políticas es más común de lo que parece, y ha constituido un quebradero de cabeza para analistas, dirigentes y activistas en innumerables circunstancias de la política nacional e internacional.

La existencia de una democracia plena como la que tuvimos en Venezuela en la segunda mitad del siglo XX nos hizo creer que una realidad es tributaria automática de la otra: Si un gobierno no atiende correctamente las demandas de la población, y los medios de comunicación certifican ante la opinión pública el incumplimiento de determinadas promesas, llegarán unos políticos opositores que van a procurar explotar la circunstancia para provocar un cambio de gobierno en unas elecciones, como ocurre por lo demás en casi todos lados.

“Como nunca, gracias en parte a la pandemia, lo social y lo político son mundos alejados”

Edgar Gutiérrez, consultor político

La llegada del chavismo y sus sofisticados mecanismos de control social han venido demostrando que es muy sencillo invocar desde las redes “un proyecto de poder que interprete el descontento social”, pero muchísimo más complejo llevarlo a efecto. Particularmente durante los últimos 5 años.

El consultor político Edgar Gutiérrez considera que entre ambos mundos hay una zona interpretativa “escabrosa”. “Las reivindicaciones sociales tienen su propia lógica y su propia dinámica”, afirma. “No necesariamente responden a intereses políticos. La protesta social en Venezuela es muy alta, de las más altas de la región, y tampoco se visibiliza como debería ser, porque hay un ecosistema informativo muy limitado y mucha censura. Mucha gente protesta y muchísimas otras ni se enteran de que aquello ocurre. La articulación política de la protesta social no siempre tiene lugar. Muchas veces la política va por una pista y la ebullición social va por otro lado.

Gutiérrez alude también la propia dificultad del ejercicio político en la misma medida en la cual todo se agrava. “Hoy en día es muchísimo más difícil articular la conflictividad social desde la política. Hay demasiados inhibidores para que los liderazgos de base encabecen las protestas y hagan planteamientos. Además, el político es rechazado cuando quiere cooptar, trabajar políticamente la situación. Como nunca, gracias en parte a la pandemia, lo social y lo político son mundos alejados”.

La encomienda del activismo partidista

Amén de sus diferencias y espacios discontinuos, la conflictividad social y las transformaciones políticas tienen también una zona de carburación que es muy común en una democracia en la cual esté garantizada la alternabilidad y el poder sea un ente susceptible de ser conquistado o reconquistado en paz.

Sobre tal certeza descansa la organización moderna de los partidos políticos. El activismo partidista es una actividad operativa, logística y conceptual muy exigente y demandante, creada, entre otras cosas, para ejercer una intermediación entre las aspiraciones de las personas, y la posibilidad de hacerlas realidad bajo la férula de determinadas formas de intermediación social. El militante partidista es un voluntario que emplea buena parte de su tiempo en hacer aquel ensamblaje realidad.

Los eslabones de dificultad se agravan en la misma medida que escasea el oxígeno para ejercer las libertades públicas. La implantación del vigor de una dictadura o un modelo de dominación es la prueba de fuego del compromiso político, una abstracción con enorme poderío emocional galvanizado por una fortísima convicción.

Respecto al activismo político y el mundo social, el sociólogo Luis Pedro España comenta: “El tema es identificar cuando la protesta reivindicativa por un tema concreto se convierte en una protesta política. En muchas ocasiones eso no ocurre. Ese es el trabajo de los partidos. El tipo de protestas que abunda en Venezuela en este momento son básicamente reivindicativas. Desde el punto de vista político, y esto en muy buena medida inspirado en interpretaciones del marxismo, la única manera de que los problemas sociales terminen para siempre sería concretando un cambio político a través del trabajo de los partidos remolcando fuerzas sociales. Marx despreciaba las protestas reivindicativas concretas, porque reconciliaban a la gente con su estado de postración, y hablaba de la necesidad de darle orientación política a la protesta. ¿Es suficiente la protesta social para lograr cambios políticos? No, no es suficiente. Es un componente, un indicador, una expresión necesaria. En el caso de un régimen autoritario se necesitan otros elementos”.

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