En la aldea
20 abril 2024

Mirtha Rivero, periodista venezolana autora de: “Historia menuda de un país que ya no existe” y “La rebelión de los náufragos”.

Mirtha Rivero:

“Los malos continúan ganando”

“La rebelión de los náufragos” cumplió diez años, la crónica sobre la caída de Carlos Andrés Pérez que la catapultó a la fama. Todo comenzó con una novela del nicaragüense Sergio Ramírez y una banda sonora que dejaba colar la voz del gran bolerista Felipe Pirela. El libro ya lleva más de 30 mil ejemplares vendidos. En esta entrevista, Mirtha Rivero habla de política. “Venezuela no es un país normal, es como el mundo bizarro que uno veía en los suplementos de Superman”. Habla, con cautela, de su próxima obra. Y habla de sus pasiones. En este collage, la periodista también se sienta a ratos en el diván.

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Gloria M. Bastidas | 11 noviembre 2020

El primer libro que Mirtha Rivero escribió lleva por título Historia menuda de un país que ya no existe. Lo publicó la Editorial Alfa en 2012. Lo había terminado hacía tiempo. Mucho tiempo. Pero estaba confinado en una gaveta. Recogía los testimonios de nueve personajes comunes y corrientes. El décimo personaje es la propia Mirtha, que entre un capítulo y otro va matizando los relatos con detalles de su propia existencia. O de la Venezuela que se evaporó. Así, por ejemplo, evoca los paseos que ella y su familia hacían frecuentemente al Litoral Central porque su padre desempeñaba un curioso  oficio: Aforador del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). ¿Aforador? Sí: Le tocaba medir y calcular la cantidad y la velocidad de los cauces de los ríos del antiguo estado Vargas. También habla Mirtha del no menos curioso oficio de su madre: Bibliotecaria de Historias Médicas. Con mayúsculas, así la RAE prescriba otra cosa. El dilema que se le presentaba era cómo hacer atractivo un texto que corría el riesgo de pasar por anodino. Ella lo dice claramente en el prólogo: “No es lo mismo narrar la vida de Andrés Galarraga, pelotero de Grandes Ligas, que narrar la de Pastor Silva, pescador de Isla de Coche”. Y tiene razón. Pero allí, justamente, reside el talento del auténtico reportero. En convertir lo sencillo en un anzuelo que atrape al lector.

Eso fue lo que hizo el cronista norteamericano Gay Talese. Era mensajero en The New York Times cuando un día reparó en los letreros luminosos que transmitían las noticias más importantes del rotativo en plena calle. Se hizo una pregunta: ¿Quién está detrás de todo esto? Subió al edificio y encontró a un hombre llamado James Torpey. Desde 1928, había permanecido de pie armando los titulares. El perfil de este hombre fue la primera nota que Talese -siendo mensajero, repito- escribió para el Times. Hablamos de 1953. De ahí en adelante desarrolló una carrera exitosa. En su portafolio entran desde los seres más anónimos hasta los más encumbrados. Su crónica sobre Frank Sinatra es inmortal. Mirtha también se balancea entre lo cotidiano y lo que va más allá. Lo político. Fue precisamente su libro La rebelión de los náufragos el que la dio a conocer. Se acaban de cumplir diez años de su publicación. Van más de 30 mil ejemplares vendidos. Mirtha fue mi jefa en El Diario de Caracas. Por eso transgredo el manual de estilo y la tuteo. Por eso -y porque practico el vicio de la curiosidad- me he permitido hurgar en sus ideas. Y en su personalidad.

I.

-¿Por qué te gustan tanto los gatos?

-Creo que me di el permiso de que me gustaran. Nunca tuve mascotas. No crecí con animales cerca. Pero a los 48 años llegó a nuestra casa una gata, le dimos comida, y se fue quedando hasta que la adoptamos. Era un tanto arisca pero se apegó muy rápido a mí, y eso me encantó. La quise mucho. Cuando la perdí, siempre me quedó ese hueco, y al mudarme a México alimentaba a los gatitos de la cuadra. A los tres años de estar allá, llegó un gato -después supimos que no era macho- que nunca había aparecido. Llegó a deshoras, casi a mediodía, maullándome y restregándose -cosa que los otros felinos, callejeros al fin, no hacían-. Ahí me ganó, y le puse comida ya no en el portal sino en el patio. Como tenía que ir a una cita, cerré el resto de la casa y la dejé ahí: La puerta abierta para que saliera cuando quisiera. A mi regreso la encontré instalada, durmiendo debajo de las trinitarias. Yo acababa de empezar a escribir La rebelión de los náufragos y Paulina -como la bautizamos- estuvo siempre a mi lado durante el año y ocho meses que me llevó la redacción. Justo ahora está al frente mío, mientras escribo. Lleva 12 años con nosotros.

Dice que tiene problemas con la motricidad fina. No se sabe hacer las uñas. No se sabe maquillar. Nunca se le dieron las manualidades. Pero sus manos siempre están impecables. De peluquería. Tampoco se le da la cocina. Dedos aristocráticos. Están reservados únicamente para cuatro cosas: Para acariciar a su hija, a su esposo, a su gata y para escribir. Mirtha es de mente rápida. Tan rápida que muchas veces no suelta palabras sino jeroglíficos. Por eso, le pedí que esta entrevista en parte la hiciéramos por escrito. Lo primero que me mandó fue un texto donde daba detalles de cómo se le ocurrió la idea que luego daría pie a La rebelión de los náufragos.

“La democracia venezolana tenía que haber sido blindada. Pero para que eso ocurriera las élites políticas tenían que haber sido todas del mismo nivel de Rómulo Betancourt”

Mirtha Rivero

-Puedo reconstruir casi el momento exacto en que pensé por primera vez escribir sobre la caída de Carlos Andrés Pérez. Fue un domingo, entre la una y las tres de la tarde, en un apartamento en Camurí Grande, Vargas. A mediados del año 2004. Yo estaba echada en un sofá y acababa de terminar la novela Sombras nada más del nicaragüense Sergio Ramírez, acompañada por el hilo musical que venía del barrio que está detrás del edificio. Esa música que sonaba fuerte y que empecé a escuchar cuando iba en las últimas páginas de la novela, traía la voz de Felipe Pirela cantando, aunque ustedes no lo crean, “Sombras nada más”. Al cerrar el libro, yo estaba sobrecogida. No sólo por lo que acababa de leer, sino por esa rareza que me estaba ocurriendo, por esa especie de banda sonora que me vino a acompañar para el final de la novela, aunque en vez de Javier Solís -que es quien canta en la novela- fuera el venezolano Felipe Pirela.

Comelibro. Aprendió sus primeras letras con la señorita Borges en una escuelita privada que quedaba en San José. Se vanagloria de pertenecer a la primera generación de los venezolanos de apartamento. A mediados de los ‘60, su familia se instaló en el edificio Cerro Grande de El Valle. Un superbloque diseñado por Guido Bermúdez y considerado una joya arquitectónica. Mirtha también se jacta de que su formación académica es producto de la instrucción pública. Se graduó de bachiller en el Liceo Pedro Emilio Coll en Coche. El profesor que nunca olvida: El poeta Carlos Gauna, que usaba boina y pajarita.

-Para los que no hayan leído esa novela de Sergio Ramírez, él cuenta la historia de Alirio Martinica, un oscuro personaje del más oscuro régimen de Anastasio Somoza que, tras el derrumbe de la dictadura, cae preso y enseguida es sometido a juicio popular en una plaza pública. Desde un principio me había atrapado la ficción que Sergio Ramírez armó a partir de unos hechos que conoció de cerca -está inspirada en un hombre real-, y me llamó la atención, y admiré, el sentido de autocrítica que encontraba. Pero además de eso, me gustó la forma que él escogió para contar los hechos, la manera en que interrumpe a cada tanto la narración para introducir, en capítulos apartes e independientes, documentos, o supuestos documentos y declaraciones, que parecían confirmar o analizar la historia que iba corriendo paralela. Me gustó tanto que hasta quise copiar esa estructura, repetirla no ya en una ficción, pero sí calcarla, extraerla para un texto periodístico… Y así… entre eso, y el sabor amargo que me dejó en la boca lo del juicio en la plaza pública intuitivamente fui relacionando cosas, y pensé en ese azaroso capítulo que vivimos entre 1989 y 1993. Siempre me quedó la curiosidad de conocer cómo se habían producido los hechos que llevaron a la salida abrupta de un presidente en la Venezuela democrática.

II.

Hubo varios factores que confluyeron en la conjura contra Carlos Andrés Pérez (CAP). Uno, que Mirtha menciona en La rebelión de los náufragos, es el que tiene que ver con las peleas intestinas que se libraban en Acción Democrática (AD): Jaime Lusinchi versus CAP. Lusinchi, para cerrarle el paso a la reelección de CAP, designa como gobernadores de estado a los secretarios generales de AD en cada entidad. También está la tesis de que a CAP lo tumbó el “paquete”. A mí, que me tocó cubrir el almuerzo que ofreció Pérez el 3 de febrero en La Casona, un día después de la Coronación en el Teatro Teresa Carreño, me impactó que 24 días después ese mismo Pérez tuviera que encarar el estallido social llamado “Caracazo”. De la champaña al saqueo. ¿Qué fue lo determinante?

-En esa serie de hechos que mencionas no hay una cosa determinante. Yo creo que todos esos fueron elementos que jugaron a favor de la desestabilización del Gobierno: La guerra intestina en Acción Democrática. Lo del “paquete”. La descentralización. Todos ellos fueron factores que aprovechó un grupo que ya tenía sus intenciones. La derecha rancia, que quería un primer ministro. Los antipolíticos, que creían que los políticos no servían y aspiraban que un gerente exitoso manejara el país. El sector empresarial, que rechazaba competir. Los resentidos, la gente que tenía facturas pendientes. Dentro de este último grupo, ya sabemos, estaban algunos de Los Notables, porque no todos los notables eran resentidos, y no todos los resentidos eran notables: José Vicente Rangel, por ejemplo…  Pero yo no creo que ninguna de estas cosas por sí sola  fue determinante sino que fueron sumando. AD no le quita el respaldo a Pérez por el programa económico. Esa fue pretexto. Estaban peleando porque Pérez estaba por encima de todo y porque había dejado al partido en la estacada. Acuérdate que Pérez le ganó la candidatura al aparato. Él se fue con las bases y las bases fueron las que lo impusieron. Esa pelea la tenían cazada antes de conocer el programa de gobierno. Acuérdate, además, que antes de que Pérez nombrara a Miguelito [Miguel Rodríguez] no se sabía para dónde iban las cosas. El mismo Pérez, hasta última hora, no definió para dónde iban los tiros en materia económica. Sí, a los adecos no les gustaba el programa económico. Pero también hubo gente dentro del partido que lo apoyó. Ahora, esa suma de factores o esa lista de resentidos no hubieran tenido éxito si no hubiera contado con el consentimiento de la sociedad, que dejó hacer, que se quedó callada, que miró a otro lado y que hasta aplaudió.

“¿Qué deseo para Venezuela? Deseo democracia, deseo paz, sosiego para el alma de los venezolanos, hospitales, comida, tranquilidad, trabajo, seguridad, educación”.

III.

Mirtha era la jefa de Economía de El Diario de Caracas cuando Pérez anunció, la noche del 16 de febrero, los detalles del Gran Viraje, como se conoció su programa de reformas económicas. Después de la alocución del mandatario, la televisión transmitió un programa analgésico: El Miss Venezuela.

El estallido del 27 de febrero no fue producto de las medidas económicas. Obviamente fue un chispazo. Pero las medidas no se habían implementado. Eso estalla porque unos choferes abusaron. Les habían dicho que a partir de marzo podrían aumentar los pasajes en un 30% y ellos los aumentaron al doble. Y además: Antes de tiempo. Lo hicieron a final de quincena. Dos días después iba a entrar el impuesto a la gasolina. Habíamos vivido año y medio de escasez durante el gobierno de Lusinchi. La gente cambiaba rollos de papel toilette por Harina Pan. Desde diciembre se sembraron expectativas con que iban a liberar precios. La gente fue acumulando y acumulando. Y el 27 de febrero estalló. Paralelamente había un movimiento subversivo, que ya había sido detectado por fuentes de inteligencia, que estaba aprovechando todo esto. A Lusinchi le informaron en noviembre de 1988 del malestar social que se gestaba. Y en febrero, el almirante que dirige la DIM también fue alertado de que dadas las condiciones socioeconómicas que había en el país podía haber un estallido social. Había gente de la ultra que estaba trabajando por eso. Que agitaba. Y de hecho el viernes 24 de febrero ya hubo un intento de hacer en Guarenas una protesta pero no caló. El lunes cala, pero por una rabia. La gente no tenía dinero. Los choferes abusaron. Y empezó lo que ya tú sabes: Vino el efecto multiplicador. La gente abre un supermercado en Guarenas y ve que hay artículos acaparados. Y todo eso se empieza a extender. Yo creo que el paquete económico no fue determinante para esa explosión social. Sí creo que fue muy bien utilizado por los detractores de CAP.

“Aquí se comenzó a horadar la democracia cuando todavía no había razones para ello. La crisis de los partidos vino después. El 27F, también. La democracia siempre tuvo sus enemigos”

Mirtha Rivero

El 3 de febrero acudió a La Casona el jet set internacional. Los invitados -jefes de Estado y de Gobierno, en su mayoría- departían. En un ángulo estaba Violeta Chamorro. En el contrario, Daniel Ortega. Por aquí Felipe González. Por allá Alan García. Hubo un momento en que se produjo una gran aglomeración. Los mesoneros y los encargados de la seguridad del evento cayeron en pánico. Un toldo se tambaleaba como si hubiese un sismo. Como si la ley de gravedad resultase ajena al protocolo. Fidel Castro entraba en escena cual vedette. Pérez levitaba entre sus homólogos y Doña Blanca cuidaba -afable, como era- todos los detalles. Vestía de amarillo. El color de la buena suerte. Quizá no imaginó nunca que el segundo mandato de su marido estaba sentenciado a muerte desde antes de nacer. Mirtha, de nuevo.

-Para mí lo determinante en la caída de Pérez fue la confluencia de factores que le dieron piso a todo un grupúsculo de gente que quería desplazarlo del poder para ellos capitalizarlo: La estructura vieja de Acción Democrática y la estructura en general de los partidos que se negaban a modernizarse. Las élites económicas que querían un gerente y además reacias a abrirse y competir. Los grupos que venían desde hace mucho tiempo pidiendo un primer ministro: [Arturo] Uslar a la cabeza. El mismo Rafael Caldera, que no había soportado haber perdido las elecciones internas de su partido y había tenido que irse a la reserva. El grupo de resentidos que se alió y que confabuló y que  guardó y fotocopió un cheque, un cheque que había sido anulado, pero antes de anularlo, lo guardaron y lo tenían en la reserva para dos años más tarde aparecer manejado por José Vicente Rangel y Andrés Galdo. También los golpes del ‘92, pero porque fueron utilizados. No eran un flechazo certero que tambaleara en sí al Gobierno: Recuerda los notables indicadores económicos con que cierra ese año. Es que los grupos que querían atacar y/o desplazar a Pérez los utilizaron como excusa y ahí empezaron a provocar la crisis. Todo el mundo quiso retratarse con los golpistas. Querían congraciarse con ellos. Montarse en esa ola.

IV.

Sin duda que el “Caracazo” fue un signo de descontento, más allá de si estuvo programado o no. Pero llama la atención que el Galáctico (Mirtha es supersticiosa: Jamás menciona a Hugo Chávez por su nombre) comenzara a conspirar aproximadamente diez años antes del estallido. Para entonces, ya se reunía con Douglas Bravo y su proyecto era un embrión. Cuando Venezuela sobresalía como un país próspero, y cuando ni siquiera había ocurrido el “viernes negro” (macrodevaluación de Luis Herrera Campíns), ya él tramaba su emboscada. Aquí se comenzó a horadar la democracia cuando todavía no había razones para ello. La crisis de los partidos vino después. El 27F, también. La democracia siempre tuvo sus enemigos.

-Tú dices que esta gente comenzó a conspirar antes de que la democracia empezara a hacer crisis. Y es verdad,  pero yo creo que la democracia ya venía en un declive. Lo que llegó a 1980 era como el envión que traía el proceso democrático desde los ’60. Era lo que quedaba. Eso empezó a cuartearse como a mediados o a finales de los ‘70 porque no hubo una renovación de las élites. Porque se impide que los cuadros políticos jóvenes empiecen a surgir. Se piensa que se puede manejar el país de la misma forma en que se manejaba antes. Eso, conjuntamente con la crisis económica, va dejando al Estado sin dinero y va dejando a la política sin sangre nueva. La democracia se empezó a horadar. Ahora, lo del Galáctico, que empieza en el ‘83, inclusive un poquito antes, por apetencia, por necesidad de poder, se venía gestando, independientemente de cómo estuviera el país. ¿La democracia siempre tuvo sus enemigos? Sí, pero la democracia se venía deteriorando. No se remozó. Los mismos actores políticos impidieron que se renovara. Y cuando viene la descentralización política eso también hace tambalear los pilares del sistema, que eran los partidos políticos. Porque a los dirigentes se les escapa el control del partido. La democracia venezolana tenía que haber sido blindada. Pero para que eso ocurriera las élites políticas tenían que haber sido todas del mismo nivel de [Rómulo] Betancourt. De esa camada de gente que estuvo en los inicios de la democracia.

V.

Le comento si acaso La rebelión de los náufragos no podría considerarse, en el fondo, como una defensa de Carlos Andrés Pérez. Una defensa muy bien articulada, documentada y escrita -lo dijo el propio Teodoro Petkoff– con talento literario, pero una defensa al fin y al cabo. ¿Qué tuvo de malo Pérez y qué tuvo de bueno?Mirtha lanza un nocaut fulminante.

-Esa pregunta ya me la han hecho muchas veces. Hasta creían que yo era una amanuense de CAP o de alguien que estaba por detrás. Lo que intenté fue armar una crónica ante una pregunta que yo me hice. Me puse a investigar un hecho y salió esta crónica. ¿Es una defensa de CAP? No necesariamente. Sí respeto a Pérez por lo que intentó hacer. Yo creo que él cometió muchísimos errores, pero respeto lo que quiso hacer. Lo que quiso cambiar. Logró entender, porque al principio él ni siquiera estaba muy claro hacia dónde iba, y eso es importante, él pudo entender los cambios que había que hacer. Y les tendió las manos a unos muchachos y se resteó con ellos. ¿Que no debió darles los ministerios?, ¿que debió ponerlos como viceministros y encargar la negociación de ese paquete –económico y político– a verdaderos políticos? Pienso que él tampoco tenía gente para que negociara algo de esa talla. Él se arriesgó. Y siendo una persona que venía de un mundo completamente distinto, de un modelo estatista, en esos dos primeros años [de Gobierno], cambió. Se dio cuenta de que esa era la única manera de que Venezuela pudiera salir de la crisis.

“Cuando Venezuela sobresalía como un país próspero, y cuando ni siquiera había ocurrido el ‘viernes negro’, ya él [Hugo Chávez] tramaba su emboscada”

Mirtha Rivero

El manuscrito de “La rebelión de los náufragos” cayó en manos de Ulises Milla, capitán de Editorial Alfa. Leyó cuatro capítulos y quiso leer más. Mirtha se lo mandó completo. Cuando se reunieron la primera vez, en una fuente de soda, Ulises le dijo que lo publicaría. Mirtha se emocionó. Cruzó la calle y caminó como extraviada por la Plaza Altamira. Llamó a Alberto, su esposo, que estaba en México. Y luego se quedó en blanco. No sabía qué hacer ni adónde ir. De repente me vio. Yo estaba por casualidad en la parada del Metrobús y ni por asomo sabía en qué andaba la Madre Superiora, como, en son de broma, la llamamos el grupo de periodistas que trabajamos bajo su égida en la redacción de El Diario de Caracas. Entonces me contó todo. El azar depara bellezas. Sigamos con CAP.

-Uno de los defectos de Carlos Andrés es que, aparte de que se sobreestimó y no calculó la reacción que se produciría en contra de su política de modernización, subestimó el poder y el encono de la gente que quería desplazarlo. Pero también creo que hay algo ahí que a lo mejor tendría que ver con la edad. No sé, el instinto de estadista, de político, como que se le fue un poco. En relación, por ejemplo, con lo que generaron las asonadas de febrero y noviembre del ‘92. Pasaron esas dos intentonas, él las superó -la segunda mucho mejor que la primera, porque ya estaban preparados- y creyó que eso era materia vista. Porque él había sido policía. Porque él había sido ministro de Relaciones Interiores. Porque él había estado en la época de la guerrilla. Él subestimó ese runrún en los cuarteles. Esas  rencillas internas que estaban ya ahí y que además no lo dejaban tomar decisiones. Él creyó que dominaba eso. No se dio cuenta de que los militares del ‘92 no eran los mismos de 30 años atrás. Y ahí es donde encaja lo de la edad. A pesar de que Pérez intentó cambiar y de que dio muestras de apertura en lo político y económico, pienso que la sagacidad y el olfato van mermando con el tiempo. A lo mejor la reelección no era, no es, lo mejor. Pero él se empeñó en reelegirse como se empeñaron otros.

VI.

Giro de 180 grados. De los defectos de Carlos Andrés Pérez pasamos a los suyos. Le pregunto cuáles son. Un test de personalidad por correspondencia.

-¡Uf! … Defectos, en plural. Toda mi vida pensé que mi mayor falla era ser floja. La floja de la casa. Desde pequeña nunca me gustaron las labores domésticas y, aunque tenía que hacerlas, las rechazaba. Después, frente a un psicólogo, caí en cuenta de que no, no soy floja. Al contrario. Trabajo, y mucho. Solo que no me gusta ni tengo habilidades para hacer las cosas de la casa, pero igual las hago. Dicho eso, paso a enumerar mis defectos verdaderos: Impaciente; impositiva -algo o muy bossy [mandona]-; un tanto arisca; insegura -por eso doy tantos rodeos al escribir, quiero que hasta una coma tenga respaldo-; pienso más rápido de lo que hablo y, entonces, cuando lo hago, hablo atropellado. Desde niña he hablado así. No sé si es porque vivo pensando y encima en mi cerebro los pensamientos van acelerados: Me pinto una película completa y al tratar de contarla quiero retratar todo lo que tengo en la cabeza e hilvanar todo el cuento desde sus orígenes prehistóricos. Lo peor es que soy muy sociable. Me encanta reunirme con mi familia y mis amigos y hablar y preguntar y preguntar. Lo hago hasta con los médicos de confianza, hurgo en sus vidas y nos ponemos a conversar. A echar el chal, como dicen en México. Eso me emociona, pero cuanto más me emociono, más me acelero al hablar. Sí, soy lengua de trapo; soy mejor escribiendo.

Mirtha es empática. Habla, sí. Pero sabe escuchar. Tiene dotes de psicoanalista. Y también es capaz de sacar a flote sus propias heridas, llegado el momento. Le lancé una interrogante de diván. Quise saber cuál había sido el momento más difícil de su vida.

“Para mí lo determinante en la caída de Carlos Andrés Pérez fue la confluencia de factores que le dieron piso a todo un grupúsculo de gente que quería desplazarlo del poder para ellos capitalizarlo”

Mirtha Rivero

-Si me lo hubieras preguntado hace un año, te habría dicho que la muerte de mi mamá. Para mí fue difícil de asimilar. Hace un año te hubiera hablado de su muerte y del secuestro -hace tres años en Venezuela- de mi papá, que fue algo terrible, horroroso. Pero resulta que hace diez meses pasó otra cosa que puede ocupar un primer puesto en la categoría del “momento más difícil”: El cáncer de mama de mi hija. Ni siquiera el mío, mi cáncer de mama de hace ocho años, lo meto en este lote. Hoy, ya todo está superado, y ella está bien, pero es lo más duro que me ha tocado afrontar. Porque es mi hija, y porque en ningún momento me permití asumirlo como algo que me dolía. No es que me anduve en una onda de optimismo y pongo todo en manos de Dios, es que mi cabeza no podía ni siquiera categorizar el evento. Yo tenía que estar al lado de ella y de su marido, y me impuse explicar, pintar escenarios, mostrar horizontes y enseñarles que sí había salida, y que el camino se podía atravesar. Como si fuera una maestra. Como si no me estuviera muriendo de miedo por dentro, como si no temblara por los posibles y oscuros escenarios. Como si no supiera que duele que jode. Me metí en una coraza, no me permití quebrarme. Flaquee un par de veces, por minutos se me salieron las lágrimas con una amiga y con mi terapeuta. Pero no pude soltar ese miedo, ese dolor que sentía. Hoy, todavía mi cuerpo es una sola contractura.

Mirtha no fuma. Bebe poco. Una o dos copas de vino. Come como un pajarito. Es dulcera: La madre destacó como repostera y el olor a torta recién horneada forma parte de su memoria olfativa. Así como es una flor delicada capaz de cerrarse porque ha caído una tormenta, también es capaz de emerger del inframundo plena y repotenciada. De allí sale con la cara roja como un tomate dispuesta a disfrutar la vida. ¿El momento más feliz?

-El momento en que la cirujano -hace nueve meses- salió de quirófano y me dijo: ‘Los ganglios están limpitos. La biopsia del ganglio centinela dio negativo’. Lloré como una niña chiquita. La doctora creía que yo no entendía: ‘Te digo que salió bien’, insistía. Tu hija está muy bien. Después le expliqué que lloraba de purita felicidad.

VII.

Su sentido del humor es proverbial. Manda en persona. Manda por teléfono. Ella usó el anglicismo: Bossy. Aunque esta vez era yo la entrevistadora, me reclamó que no le hubiese hecho una pregunta. ¿Qué la llena de energía? La música. Los conciertos. Sobre todo los de salsa. Le encanta Rubén Blades. También Ismael Rivera, Héctor Lavoe, Juan Luis Guerra, Marc Anthony. Además de melómana, es una cinéfila consumada. Debe ser algo congénito. El 31 de enero de 1956 sus padres habían ido a ver una película de Cantinflas. A la madre, que estaba embarazada, le empezaron unos dolores. Por poco, no nació en la sala de cine. Mirtha salió a la superficie terrestre esa misma noche en una clínica ubicada en la Avenida Roosevelt, Caracas.

-Agarrada de la mano de la televisión me fui al cine. O nos llevaban. Tenía como 9 o 10 años. Veíamos películas españolas, argentinas, y todas las de Disney que se podían… Mientras hice la carrera vi mucho cine de autorFellini, Buñuel, Pasolini, Bergman-, pero después también vi las películas estadounidenses, films como El graduado, Butch Cassidy and the Sundance Kid, Barbarella, El golpe y, por supuesto, las de Hitchcock. Sí, soy fanática del cine y de las series de TV. Si me preguntas por mi ranking de películas, en primer lugar está La decisión de Sophie, luego sin ningún orden: War Horse -sobre el horror de la Primera y cualquier guerra-; Magnolias de acero; Tarde de perros; All that jazz; El graduado; La sociedad de los poetas muertos; Todas las mañanas del mundo; Mejor imposible; y Adú (una película española que vi gracias a Netflix).

VIII.

Casi siempre regala libros. Una vez me llamó desde México y yo acababa de visitar una librería. La inflación ya asomaba sus colmillos. Le comenté que no me había podido comprar tres que me habían gustado. Apenas deslicé un comentario, sin mensaje subliminal. A los meses, Mirtha vino de visita a Caracas y mató mi antojo. Sacó de un bolso tres bloquecitos poblados de palabras. Le pido que mencione algunos textos que la hayan marcado. Aquí va la lista.

-Primero fueron los suplementos y las fotonovelas que leía a escondidas, luego las crónicas policiales del periódico y más tarde libros que había en mi casa: Desde Julio Verne hasta William Faulkner. Empecé buscando distracción y encontré placer. Prefiero leer relatos periodísticos y novelas, me fascina la ficción; sin embargo, uno de mis libros preferidos es ensayo: El laberinto de la Soledad de Octavio Paz; otro es El enterrador de Thomas Lynch; otro es El libro del desasosiego de Fernando Pessoa. Entre las novelas: La voz dormida de Dulce Chacón; Cartas cruzadas de Darío Jaramillo Agudelo; Sombras nada más de Sergio Ramírez; El coronel no tiene quien le escriba de Gabriel García Márquez; El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura; La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa; Charlotte de David Foenkinos; Volver a casa de Yaa Gyasi; Un asesino solitario de Elmer Mendoza. Y textos periodísticos o recreados que, para mí, son periodismo: Noticia de un secuestro y Relato de un náufrago de García Márquez; Lugar común la muerte de Tomás Eloy Martínez. Ahora estoy leyendo El colgajo de Philippe Lançon (periodista sobreviviente del atentado terrorista a la redacción de Charlie Hebdo).

“¿La democracia siempre tuvo sus enemigos? Sí, pero la democracia se venía deteriorando. No se remozó. Los mismos actores políticos impidieron que se renovara”

Mirtha Rivero

Y de verdad que Relato de un náufrago es un texto periodístico. Ya se había contado a retazos cuando García Márquez decidió escribir la historia. La trama resultaba fascinante, aunque ya trajinada por los diarios. Alguien debía hacer de médium para escribir un cuento que atrapara al lector de principio a fin. Y ese fue el Gabo. Con CAP pasaba algo semejante. Todo el mundo sabía lo que había pasado y a la vez nadie sabía nada. Había un tesoro por descubrir. Porque las piezas del rompecabezas son una cosa juntas, y otra separadas. Esa es la tarea del periodista: Unir los cabos. ¿Cuál será el rompecabezas que piensa armar Mirtha esta vez?

-Una crónica periodística sobre un período reciente de nuestro país, aunque no tan reciente como algunos creen. Es un texto doloroso, que ha tenido muchas interrupciones. Me ha sido muy difícil escribir por lo que implica, por el amplio espectro que debe cubrir y por las muchas versiones que confirmar o sopesar. Pero me gusta mucho lo que ya he escrito. Eso sí, va a ser un libro muy largo.

Hasta ahí. Es reservada con lo que escribe. Leí La rebelión de los náufragos cuando ya estaba publicada. El primer capítulo -ese en el que describe a un Carlos Andrés Pérez que se encuentra solo en su despacho presidencial, que saca de la gaveta de su escritorio un revólver calibre 38 que tenía guardado casi como un talismán, que llama al barbero de Palacio para que lo afeite antes de que llegue lo que ella llama el “ejército invasor”, ese Pérez que se despide del poder el 21 de mayo de 1993- me dejó con ese sabor que le deja a uno la tragedia del hombre derrotado. Y luego, ese capítulo tres. El capítulo en el que recrea un momento cumbre: “Todo fue tan rápido. Me meto en su cabeza y pienso como creo pensaría su cabeza esa tarde, cuando iba en el carro rumbo a La Casona. Mientras le abrían el portón del Palacio por última vez, y miraba por la ventanilla a los soldados que todavía se cuadraban a su paso”.

Mirtha, detallista, se preocupaba hasta por la foto de la portada de La rebelión de los náufragos. No imaginaba qué podía ser. Al final, resultó una imagen de Carlos Hernández, quien también formó parte de la redacción de El Diario de Caracas. Pérez posa desde su celda en El Junquito. Ya no hay protocolo ni honores de Estado. Está sentado con las manos cruzadas. Es una atmósfera decadente. Se ve un aire acondicionado de vieja generación. Una cortina llena de polvo. Una cama angosta. Un hombre de 70 años. Un montón de libros apilados. Estábamos en 1993. El futuro todavía quedaba lejos. Ya nos alcanzó. Le pregunto a Mirtha si habrá luz al final del túnel.

-Tú que eres más analista que yo sabes que es muy difícil imaginar lo que puede venir. Es como intentar subir en patines un terreno escarpado. Como cronista he hurgado en nuestro pasado, y eso para cualquiera que viva en un país normal podría servir para por lo menos trazar líneas, aventurarse a especular, pero Venezuela no es un país normal, es como el mundo bizarro que uno veía en los suplementos de Superman. No sé si sería correcto decir que vive una distopía, pero Venezuela no se puede encajonar en nada conocido. Ni siquiera Cuba. O Somalia. Es otra cosa. ¿Qué deseo para Venezuela? Deseo democracia, deseo paz, sosiego para el alma de los venezolanos, hospitales, comida, tranquilidad, trabajo, seguridad, educación. ¿Qué puede pasar en Venezuela, qué puede venir? No sé. Lo veo todo muy oscuro. Se ha hecho de todo en estos últimos 21 años, y sí, se han cometido errores, pero no se puede ignorar que el venezolano lo ha intentado de una y mil formas, se ha esforzado y sigue resistiendo, pero los malos continúan ganando.

*Las fotografías fueron facilitadas por la autora, Gloria Bastidas, al editor de La Gran Aldea.

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