En la aldea
18 marzo 2024

Escrito desde el hartazgo

A María Corina Machado, Leopoldo López y Henrique Capriles: ¿Han calibrado el impacto que tienen sus palabras en todos y cómo han contribuido a que muchos no crean en ninguno? Ya no fue “Ya”; en el “tiempo perfecto de Dios” se han perdido muchas cosas; “el lado correcto” se convirtió en exilio. Ya hay hasta coyotes venezolanos en México. ¿Desde cuándo creen que son ellos o más nadie? Esa actitud no ha permitido que exista una unidad real para enfrentar el colosal enemigo que es ese régimen autoritario, violador de derechos humanos, corrupto y despiadado, al que hay que combatir con todas las fuerzas posibles.

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Mari Montes | 15 junio 2021

Estoy consciente de lo inconveniente que es no creer en nada ni en nadie.

Estuve batallando un buen tiempo conmigo misma para no sentir eso. Siempre le tuve miedo al descreimiento, sé lo pernicioso que es. Me encuentro cruzando los brazos, en un gesto casi inconsciente, que significa que estoy cerrada a seguir escuchando a gente que solo se interesa por sus propias palabras. Estoy cansada de todos, estoy harta. No encuentro otra manera de decirlo, debe haberla, pero también me cansé de buscar eufemismos para atenuar esto  que siento: Ganas de mandarlos a todos a “freír espárragos”, como decía mi abuela Manuela, por no mandarlos a hacer otra cosa.

Es increíble que no se den cuenta de que sus actitudes han terminado agotando a mucha gente, y no me refiero a los “Ni-Ni” de otrora o de siempre, los que nunca se involucran y prefieren no opinar, que no se comprometen, que “pasan agachaos”. Hablo de quienes siempre hemos estado dispuestos a apoyar a los políticos que luchan contra la tiranía, por encima de simpatías, ideas, pareceres, posiciones, por encima de todo. Hablo por mí, que lo único que he hecho es trabajar y respaldar cada iniciativa unitaria de la oposición, desde hacer campaña contra la nueva constitución en 1999, apoyar el movimiento cívico “Nulidad 1.011”, esa organización de padres que manifestó en plazas y asambleas, en rechazo a la reforma educativa que pretendieron introducir en el año 2000. Estuve en aquella primera concentración frente al TSJ (Tribunal Supremo de Justicia) que nos valió el mote de “escuálidos”.

Hasta que salí de Venezuela, el 28 de diciembre de 2014, estuve en todas las marchas, reuniones, foros, encuentros, concentraciones, asambleas, plazas y demás, y volví en 2016 y 2017, para estar en las protestas, en las calles, para que nadie me contara cómo era la represión que se extendió por meses y dejó un saldo tan doloroso de muertes y heridos, jóvenes en su mayoría, que aún hoy padecen las consecuencias por protestar; algunos han tenido que acudir a la caridad pública para afrontar gastos médicos.

En el proceso electoral regional de 2017 me sumé a los llamados al voto, decisión que me valió cualquier cantidad de ofensas en las redes sociales. Lamentablemente, en ese polígono de tiro en el que a veces convierten esas plataformas, nunca falta la calumnia repetida de “tarifada”, una palabreja, por cierto, muy manoseada por Hugo Chávez. Jamás he cobrado ni me han pagado, de ninguna manera, por mis posiciones políticas. Nunca he sido asesora de nadie, vocera, o algo parecido. Lo que he hecho o dicho, equivocada o acertadamente, ha sido por convicción. Siempre me ha llamado la atención, eso sí, que lo primero que se les ocurre para descalificar, es esa acusación, no sé si hablan desde sus propias experiencias, si, como reza el dicho: “Juzgan por su condición”.

“Hablo de quienes siempre hemos estado dispuestos a apoyar a los políticos que luchan contra la tiranía, por encima de simpatías, ideas, pareceres, posiciones, por encima de todo”

Tampoco me pueden acusar de abstencionista por creer que las elecciones del 20 de mayo de 2018 fueron ilegítimas y fraudulentas, por sostener la misma opinión sobre el proceso reciente para elegir la Asamblea Nacional, o porque vea de reojo y con más que prudencia al nuevo CNE, y las posibilidades de los rectores Enrique Márquez y Roberto Picón de lograr eso que llaman “las mínimas condiciones”. Es que hasta escribir que un derecho se deba ejercer así, con lo “mínimo”, desmotiva, indigna y duele. Otro elemento a sumar, es que quienes quieren promover la participación, no solo no convencen, sino que ofenden, descalifican y subestiman las opiniones de quienes exigimos claridad y señales reales, garantías que sirvan para recuperar algo fundamental: La confianza del elector. Su discurso se ha mimetizado con el del régimen.

He firmado dos documentos públicos en mi vida, y estoy muy decidida a no hacerlo más. El primero fue un comunicado de apoyo a Pedro Carmona Estanga, que se redactó el 12 de abril en la mañana, sin imaginar que más tarde ocurriría el llamado “Carmonazo” y todo lo que pasó después como consecuencia de eso. El otro fue hace poco, en respaldo a Juan Guaidó, cuando recién asumía el rol de Presidente interino. Lo hice porque pensaba que era lo correcto, esa fue mi razón.

En 2012 apoyé a María Corina Machado en las elecciones primarias por la candidatura presidencial, aunque sabía que Henrique Capriles sería el ganador de la contienda; lo hice en respaldo a su valentía como parlamentaria. Subí con ella a la tarima en su cierre de campaña, en la Plaza Brión de Chacaito. Participé en todos los eventos de la candidatura de Henrique Capriles contra Hugo Chávez. No hubo tarima a la que me llamaran a animar y no estuviera, en plazas pequeñas, y en la Avenida Bolívar, contra Chávez y después contra Nicolás Maduro. En 2014, aunque no estuve de acuerdo con “La salida”, acudí a cada movilización, incluido el día que Leopoldo López se entregó, y en las marchas que exigieron justicia por la brutal represión. En 2015, ya fuera de Venezuela, no dejé de respaldar la campaña de la unidad por conseguir la Asamblea Nacional. Volví a la “Toma de Caracas” en septiembre de 2016 y por última vez en 2017.

Desde que vivo en Miami, no ha pasado un día que no me ocupe de las necesidades de mi gente en Venezuela,  de ver cómo puedo ayudar, así sea para darle visibilidad a todo lo que padecen. Creo que es mi deber. No he vuelto porque no tengo pasaporte, un drama que adolecemos muchos, pero no me desconecto, no puedo, no quiero, aunque a veces me dan un poco de envidia esos que queman las naves y no se preocupan y siguen de largo cuando leen en Twitter que se fue la luz, o que se cayeron a tiros, otra vez, en La Vega.

Desearía tenerlos enfrente: a María Corina Machado, Leopoldo López y Henrique Capriles, y amenazarlos, como hacía mi mamá conmigo y Elinor, con amarrarlos “barriga con barriga” hasta que dejen de pelear. A mi mamá le funcionaba eso, aunque nunca nos amarró porque la sola idea de que lo hiciera, nos hacía parar la discusión. ¿Han calibrado el impacto que tienen sus palabras en todos y cómo han contribuido a que muchos no creamos en ninguno?, ¿se han dado cuenta de la frivolidad con que asumen la política? Así me lucen a mí. A veces parece que se trata es de ser tendencia y pegar un “hashtag” en Twitter. Ya no fue “Ya”; en el “tiempo perfecto de Dios” se han perdido muchas cosas; “el lado correcto” se convirtió en exilio, y no cesa el dolor. Ya hay hasta coyotes venezolanos en México.

En estos días recordaba una intervención de Teodoro Petkoff, en el Congreso, cuando era diputado, luego de un intenso debate en el que los adecos y los copeyanos intercambiaban acusaciones de corrupción: “Si lo que los adecos dicen de los copeyanos es verdad, y si lo que los copeyanos dicen de los adecos es verdad, entonces deberían retirarse”.

Escucho o leo cosas como: “Es que María Corina está obsesionada con la presidencia”; “Leopoldo López sueña desde chiquito con ser presidente”; “Capriles cree que es el único que puede ser candidato”, eso lo dicen los partidarios de unos y otros, y todos tienen razón, los tres parecen estar convencidos de que solo ellos merecen ser elegidos. Yo no sé quién les dijo o desde cuando creen que son ellos o mas nadie, lo que sí sé, es que esa actitud no ha permitido que exista una unidad real para enfrentar el colosal enemigo que es ese régimen autoritario, violador de derechos humanos, corrupto y despiadado, al que hay que combatir con todas las fuerzas posibles.

Escribo estas líneas con dolor y con vergüenza, me aflige verlos así, porque los tres representaron para mí una opción, por sus cualidades, porque tuvieron mi confianza y apoyo ciudadano, porque les creo que quieren a Venezuela tanto como yo. Con el derecho que me da haber estado siempre, les pido, de todo corazón ¡dejen de joder! y disculpen, pero ya les había dicho también, que me cansé de los eufemismos.

El domingo, cuando veía a los jugadores de la Vinotinto que enfrentaron a Brasil en la Copa América, a los emergentes, muchos desconocidos, cuando veía la entereza de Fernando Aristeguieta recorriendo la cancha, con la historia previa de lo ocurrido con los titulares y cómo asumieron ese desafío con pundonor y compromiso, como un equipo, pensaba que algo similar debería estar pasando en la política y no lo sabemos, ojalá.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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