En la aldea
18 abril 2024

Los pupitres de Ramón

Imaginen que la foto de Ramón Carrizalez, el gobernador del estado Apure, ejerciendo su voto en las primarias del PSUV, el pasado 8 de agosto, donde cada pupitre destartalado es una condición electoral o política, entonces entenderán la reticencia de tantos a hacerse los locos con las garantías. ¿Apilamos en una esquina el cese de las inhabilitaciones?, ¿amontonamos la necesidad de que se ejecuten campañas sin abusos, sin que el poder use los recursos del Estado a su favor?, ¿existen las condiciones electorales que garanticen a todos los competidores las mismas oportunidades de ganar?, ¿por qué la oposición no capitaliza el descontento masivo? Una escuela rota, una democracia rota, es forma y fondo.

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Naky Soto | 12 agosto 2021

Una foto trascendió de las elecciones primarias del Psuv: el gobernador del estado Apure, Ramón Carrizalez, exhibió su voto con unos pupitres desvencijados como fondo, un resumen estético del chavismo en el poder y de su relación con aquellos a quienes deberían servir, porque hace rato se les olvidó que son servidores públicos. Aunque el primer error haya sido de quien tomó la foto, otra persona decidió subirla y con eso honró la idea de que es más importante el voto que el fondo. Una escuela destruida es más que escenografía.

Desde hace años la oposición demanda la realización de elecciones justas para destrabar una crisis política que encontró otra manifestación en las propias filas del PSUV hace días. Allí, en la consternación de esos candidatos que fueron sorprendidos por la ferocidad de unos cogollos que no quieren dejar de gobernar aunque hayan colapsado la nación. Entonces, los que no están conectados con el poder central, fueron burlados en su intención (democrática o no, eso es accesorio), de medirse “entre ellos” para ganar algo por “apoyo popular”.

Hubo un grupo que fue vetado antes de las primarias porque así lo decidió el poder. Luego, de los que sí pudieron participar, unos no sumaron los votos necesarios, otros fueron golpeados con la imposición de ganadores sin legitimidad, y la tercera escala de la chapuza fue el recordatorio, un día después de la supuesta elección, de una norma interna según la cual ganar no es igual a ganar, porque para ganar es necesario contar con el permiso del poder.

La admisión de todas las irregularidades que ocurrieron el domingo 8 de agosto no responden solo a la evidencia que corrió por las redes sociales, y que incluyeron civiles armados, enfrentamientos, policías en labores de intimidación, coerción contra empleados públicos y la extensión superlativa de la hora de cierre de los centros de votación. La admisión de las irregularidades es también una manera de mostrar que pueden hacer lo que les dé la gana con absoluta impunidad. La exhibición de la minusvalía del voto de miles de personas versus sus preferencias cumple el mismo rol: “Vamos a fingir que ustedes eligen, pero nosotros decidimos, ¿ok?”.

“El poder ha dejado muy claro entre sus propios seguidores que el ventajismo, el uso de recursos del Estado y la imposición de sus decisiones, definen su manera de entenderse con lo ‘electoral’”

Por eso los venezolanos llevamos años demandando una serie de garantías que nos permitan volver a creer que vamos a elegir cuando votamos, que algo va a cambiar, por lo que materializar las garantías no es accesorio, y pretender que lo sea es igualito a tomarse la foto como Ramón: lo importante en su lógica es el voto, no el fondo. Imaginen que cada pupitre destartalado es una condición electoral o política y entenderán la reticencia de tantos a hacerse los locos con las garantías. Porque hay un grupo que está convencido de que “lo importante es votar” pues, en su relato, “cuando votamos ganamos” aunque no nos respeten las victorias. Una escuela rota, una democracia rota, es forma y fondo.

Si usamos los pupitres amuñuñados, si asumimos que ‘por primera vez en mucho tiempo’ tenemos un CNE ‘más balanceado’, y al poder le conviene que haya cesado la demanda de un árbitro electoral realmente independiente de ellos o cualquier otra institución, como contempla la ley, ¿nos hacemos la vista gorda con la demanda de un Registro Electoral depurado?, ¿apilamos en una esquina el cese de las inhabilitaciones y la urgencia de que los militares se entiendan al servicio de los civiles?, ¿amontonamos la necesidad de que se ejecuten campañas sin abusos, sin que el poder use los recursos del Estado a su favor?

Eso también es tan importante como una máquina que cuente votos. ¿Qué hacemos con la necesaria observación internacional (no “acompañamiento”) de instituciones probas?, ¿ignoramos las veces que nos han impuesto ‘autoridades’ que nadie eligió?, ¿hacemos lo propio con la votación en el exterior de los 6 millones de venezolanos que han migrado como consecuencia de la Emergencia Humanitaria Compleja?, ¿olvidamos que el TSJ puede operar como el programador de las condiciones que quiere el poder?

No tenemos condiciones electorales que garanticen a todos los competidores las mismas oportunidades de ganar. El poder ha dejado muy claro entre sus propios seguidores que el ventajismo, el uso de recursos del Estado y la imposición de sus decisiones, definen su manera de entenderse con lo “electoral”. De ahí su necesidad de fracturar a la oposición: encarcelando arbitrariamente a algunos, obligando a otros al exilio, inhabilitando a muchos más y comprando traidores. A eso súmenle ahora la impunidad absoluta para burlar la norma, la necesidad de ser más descarados y, por supuesto, la convicción de muchos de que “no hay nada qué hacer”.

En realidad hay mucho qué hacer, sin menospreciar el enorme trabajo de organización política que requiere lograr en simultáneo la reconstrucción de la unidad opositora, capitalizar electoralmente el descontento popular (sin medios masivos, por ejemplo), y hacerlo con la honesta expectativa de que, aún logrando algunas condiciones, la garantía de impunidad puede ser suficiente para que vuelvan a irrespetar nuestras decisiones y nuestros votos. Es absurdo que se endose solo a la desconfianza o la abstención de participar en procesos electorales irregulares y sin condiciones, que la oposición no capitalice el descontento masivo: Venezuela tiene al menos una generación herida desde toda perspectiva política, por lo que la imposición de criterios sin sustento razonable es, además de un insulto innecesario, un estímulo que opera en la dirección contraria a la participación.

¿Quieren que la gente vote aunque su voto puede ser irrespetado? Primero asuman el costo de explicar con propiedad semejante petición, pero no menosprecien a la ciudadanía que duda, pues la indignidad de vivir con servicios públicos colapsados, con hambre y sin vacunas contra la Covid-19, es suficiente ‘castigo’ para quienes sienten que han trabajado honestamente por cambiar esta imposición.

La posibilidad de reconstruir el voto opositor pasa por la demanda de condiciones, por la presentación de propuestas electorales razonables, y también por el reconocimiento de nuestra circunstancia. Es improbable que la esperanza del votante emerja sin asideros. Hay que ver más allá de la máquina y la papeleta, hay que ver los pupitres antes de atreverse a llamar a cualquier ejercicio del poder “un ejemplo de civismo”. Esa es la escuela, la escuela del voto.

@Naky

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