En la aldea
24 abril 2024

Una República sin cerrojo

¿Han desaparecido ya los políticos o los gobernantes parecidos a Eustoquio Gómez, esos sujetos de horca y cuchilla que no gobernaban para la nación sino para “la causa”?, ¿cómo saber quién determina la administración de una jurisdicción sin que interfieran otras potestades? “Cuando la vice Rodríguez no tiene la llave del cerrojo del Aula Magna de la UCV, debido a que no la debe tener, pero penetra en el recinto porque siente que le pertenece y que lo debe inspeccionar a su antojo, sin solicitar el permiso correspondiente y obligante”; o ¿es el comienzo de un camino de disolución que puede conducir a abismos históricos?

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Elías Pino Iturrieta | 10 octubre 2021

Es evidente que la vice Rodríguez desconoce las maneras republicanas de convivencia, o las desprecia a propósito. Pero tal vez se trate de una ignorancia o de un olvido que no solo se relacionen con ella, sino con buena parte de la colectividad. Cuando las formas de cohabitación establecidas por los padres fundadores se arrinconan progresivamente, sucede una catástrofe generalizada. Las comienzan a subestimar los dirigentes de turno, para que después desaparezcan de la faz de los negocios públicos y de las vicisitudes de la vida privada, sin que los ciudadanos convertidos en gobernados las echen en falta. Parece una simpleza, pero es el comienzo de un camino de disolución que puede conducir a abismos históricos, es decir, a la ruptura  de un antiguo entendimiento de la vida que difícilmente se puede restaurar en el futuro.

Se trata de asuntos aparentemente simples, o ya establecidos por los hábitos sobre los cuales ha existido consenso desde la fundación del Estado nacional, con las sutiles diferencias que establece la marcha del almanaque. Cómo saber quién determina la administración de una jurisdicción sin que interfieran otras potestades. Cómo saber que hay regulaciones establecidas para determinado tipo de instituciones, dependientes de la naturaleza de su misión en la sociedad y destinadas a un manejo independiente de sus obligaciones y a consideraciones específicas sobre sus prerrogativas. Cómo saber que cada jerarquía tiene sus peculiaridades y sus restricciones, debido a rasgos intrínsecos cuyo mantenimiento se precisa y cuya identidad no puede estar sometida a vaivenes. O cómo saber que, por razones obvias, donde manda capitán no manda marinero. Son asuntos establecidos progresivamente a través del  tiempo, en nuestro caso desde la fundación de la República con antecedentes en el período colonial, cuyo irrespeto puede causar retrocesos gigantescos que apenas se advierten cuando comienzan a estorbar una rutina que se considera establecida o afianzada, y que, por lo tanto, apenas se vigila mientras la vida continúa.

“Eustoquio Gómez y los procónsules del gomecismo, durante cuyo paso por la historia la República estuvo a punto de malograrse del todo”

Todos forman parte de una armazón mayor, llamada República, cuyos cimientos son antiguos y sobre cuyas ventajas se puede indagar a través de la lectura de autores de trascendencia universal, como Tito Livio, Cicerón, Maquiavelo y Jefferson. O,  en nuestro caso, en los papeles de Bello, Roscio, Yanes, Toro, Lander, Larrazábal, el viejo Guzmán, Acosta, Rojas, Briceño Iragorry, Mijares y Gallegos, por ejemplo. Se ocuparon de aspectos que parecen triviales, pero que no lo son debido a que de ellos depende la observancia de normativas superiores en las cuales se asienta una concepción de la sociedad que ha probado sus excelencias a través del tiempo, y en torno a cuya marcha solo se deben admitir retoques. No se trata ahora del mandato de los códigos mayores, sino de frenos y contrapesos de la cotidianidad sin cuyo respeto se distorsionan las regulaciones de envergadura. Se trata de los desafíos diarios, de los retos de cada día en las filas del trasporte público, o en los tratos con la burocracia, o en las ocasiones y en los espacios de amenidad para cuyo desenvolvimiento existen pautas que no solo los hacen llevaderos, sino también amables. Pero cuyo trastorno conduce a anomalías descomunales, como se tratará de mostrar en el párrafo que sigue.

“Ellos eran las leyes que se debían observar y la licencia que se podía disfrutar, los señores del suplicio y los patrones del favor, el sendero de la pobreza comarcal o el puente de la bonanza”

Es un párrafo dedicado a Eustoquio Gómez y a los procónsules del gomecismo, durante cuyo paso por la historia la República estuvo a punto de malograrse del todo. El tirano entregó a esos generales sin uniforme una parte del territorio nacional, para que la gobernaran a sus anchas en todas las áreas de la vida pública e igualmente en los asuntos privados. Ellos eran las leyes que se debían observar y la licencia que se podía disfrutar, los señores del suplicio y los patrones del favor, el sendero de la pobreza comarcal o el puente de la bonanza. ¿Por qué? Porque el jefe se los había concedido y porque la gente comenzó a acostumbrarse a tal especie de mandarinatos desenfrenados. Desde las personas que podían enseñar en una escuela hasta las que estaban calificadas para inscribirse en un club social, desde el nombre de los miembros de las cámaras de comercio hasta la identidad de los porteros de las oficinas públicas; y a veces también de domicilios particulares o religiosos, desde el permiso para levantar una casa de familia o una bodega pueblerina…, todo pasaba por el filtro de los propietarios de unas dolorosas republiquillas que se pueden resumir cabalmente en la figura de Eustoquio Gómez.

¿Han desaparecido ya los políticos o los gobernantes parecidos a esos sujetos de horca y cuchilla que no gobernaban para la nación, sino para “la causa”? Ahora, cuando se administra el país en nombre de “la revolución”, ¿ya no hay más Eustoquios en Venezuela? Conviene pensar el punto sin olvidarse de su maquillaje, porque para los ocultamientos funcionan a la perfección los afeites eficaces. Ahora no es insólito presenciar un segundo debut con toda la confianza del mundo, con una tranquilidad propia de públicos cautivos. Cuando la vice Rodríguez no tiene la llave del cerrojo del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela (UCV), debido a que no la debe tener, pero penetra en el recinto porque siente que le pertenece y que lo debe inspeccionar a su antojo, sin solicitar el permiso correspondiente y obligante; trato de calcular, espero que no a solas, la pesadilla que significa para la República la resurrección de un célebre chafarote todopoderoso. Y de otras representaciones de su género.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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