En la aldea
25 abril 2024

Otra oposición es posible y necesaria

Capriles y Machado han atacado en varias oportunidades a Guaidó, lo que profundiza diferencias y potencia al régimen. Mientras, López sigue comportándose como el jefe de este último y pretende fijar pautas desde el exilio, con lo que tampoco ayuda a adelantar una estrategia coherente y efectiva de la oposición democrática. ¿Es la ausencia de un liderazgo opositor con sentido, seriedad y responsabilidad histórica ante esta gravísima coyuntura lo que ha impedido el cambio en estos 22 años?, ¿tantos errores obliga a una revisión y en consecuencia a un cambio de protagonistas?

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Gehard Cartay Ramírez | 03 noviembre 2021

La verdad es que resulta lamentable observar el absurdo comportamiento de algunos de los principales dirigentes de la oposición democrática, frente a la tragedia nacional que padecemos los venezolanos.

Algunos de ellos, por desgracia los más conocidos, se solazan en atacarse mutuamente y poner de bulto sus diferencias, en lugar de buscar zonas de entendimiento y coincidencia para lograr la salida del régimen, como en el pasado reciente. Algunos, incluso, han llegado al extremo de privilegiar el ataque contra otros dirigentes opositores en lugar de dirigir sus acometidas contra el chavomadurismo en el poder.

Los casos más notorios en esta materia son los de Henrique Capriles, Leopoldo López y María Corina Machado. El primero, candidato presidencial dos veces, viene actuando de manera individualista, por encima de su propio partido y, por supuesto, de los demás. Por desgracia, tuvo en 2013 una oportunidad extraordinaria para sustituir al régimen, o al menos para haberlo desestabilizado seriamente, apoyado en la voluntad mayoritaria de los electores. No tuvo coraje entonces y, a partir de ese momento actúa como “agente libre” y voluntarista, enviando señales confusas a sus antiguos electores y aliados, como si tuviera la fuerza propia para desentenderse de estos y actuar en solitario.

López, por su parte, luego de sus años de prisión política, pareciera que no termina de configurar una estrategia clara y efectiva contra el régimen y ahora, desde el exterior, perjudica algunas iniciativas de Juan Guaidó, y ha convertido a su joven partido en una organización huérfana de liderazgo colectivo. Así, de manera confusa o poco diáfana, Voluntad Popular participará en el evento electoral del 21 de noviembre, aunque su jefe lo asuma tibiamente. Y si algo deben tener los mensajes políticos es suma claridad.

“En política son los resultados los que indican si las ejecutorias van por el camino correcto o equivocado”

El caso de la señora Machado es parecido: aunque mantiene un mensaje fuerte, claro y radical, no termina de decir cómo pretende salir del régimen. Nadie sabe, fuera de ella y su círculo cercano, cuál vía es la que tomará para acceder al poder, pues a pesar de que pareciera tener claro el diagnóstico de la realidad nacional, sin embargo no comprende aún -al igual que los otros dos- la auténtica naturaleza del régimen.

Por si fuera poco, Capriles y Machado han atacado en varias oportunidades a Guaidó, lo que profundiza diferencias y potencia al régimen. Mientras tanto, López sigue comportándose como el jefe de este último y pretende fijar pautas desde el exilio, con lo que tampoco ayuda a adelantar una estrategia coherente y efectiva de la oposición democrática. Finalmente, no hay alguien que coordine el llamado G4 y sirva de árbitro para analizar y reducir todas estas divergencias. Lo que sí queda claro es que tales comportamientos los invalidan para un esfuerzo común en este último sentido.

Por supuesto que excluyo de este análisis a los dirigentes de los partidos “alacranes”, ya que no son de oposición al régimen y actúan en función de los intereses del mismo. Han tomado el condenable camino del colaboracionismo y esto les asegura, desde ya, una insignificancia a sus resultados políticos y electorales. Confundir a algunos y restar unos cuantos votos a la oposición parece ser su cometido principal.

Anotado lo anterior, voy a referirme a la inquietud central de estas notas: la ausencia de un liderazgo opositor con sentido, seriedad y responsabilidad histórica ante esta gravísima coyuntura en la que nos encontramos. No voy a caer en la injusticia de menospreciar lo que algunos de ellos han hecho en el pasado en función de producir un cambio de régimen y, con ello, la necesaria transformación que Venezuela reclama en los años por venir. Se trata de esfuerzos que deben ser reconocidos sin mezquindad, pero que lamentablemente no han sido suficientes, lo cual supone una obligatoria revisión y, por supuesto, un cambio de protagonistas.

En este sentido, creo que el evento electoral del 21 de noviembre -que como bien se sabe lo más seguro es que no produzca consecuencias serias contra el régimen, y hasta resulta probable que sus resultados sean políticamente poco importantes para los partidos opositores- puede ser un parteaguas, a partir del cual la oposición democrática sea redimensionada y cambiada su dirigencia por gente capaz, comprometida, honesta e insobornable. (No digo “renovada”, porque tal cosa, como se ha demostrado suficientemente, no es garantía al respecto: lo nuevo no es necesariamente bueno.) Solo así puede ser posible intentar el cambio del régimen y el inicio de la reconstrucción y de la transformación de Venezuela.

En política son los resultados los que indican si las ejecutorias van por el camino correcto o equivocado. No es este el sitio ni el momento para analizar en extenso el recorrido opositor en estos 22 años. Ya lo he intentado en otras ocasiones en artículos y ensayos, algunos publicados aquí en La Gran Aldea. Baste por ahora, sin querer hacer leña de los árboles que caerán -pues será esa dirigencia la que tendrá que asumir su responsabilidad-, insistir en la necesidad de darle un cambio de timón a la estrategia opositora, con otras caras y mecanismos de penetración, agitación y movilización popular que apunten a resultados mejores en esta lucha por salir del chavomadurismo cuanto antes.

Han sido demasiados y protuberantes los errores que la dirección política de la oposición ha acumulado en todo este tiempo, con las excepciones que confirman la regla. Pero, en general, cuando se han producido victorias -como las elecciones presidenciales de 2013 y las parlamentarias del 2015-, siempre el régimen ha conseguido neutralizarlas y sus opositores se han mostrado incapaces de impedir esas maniobras, bien por falta de firmeza y coraje, divisiones internas, egos exagerados o falta de madurez, sin faltar la compra de algunos de sus integrantes, como sucedió con el surgimiento de los “alacranes”.

Por si fuera poco, resulta absurda, por ejemplo, la incoherencia demostrada hasta ahora, por citar dos casos únicamente -pero tal vez los más importantes-, dentro de una estrategia que implique la toma del poder. Por una parte, ha habido en materia electoral ciertos comportamientos esquizofrénicos con períodos en que se llama a votar y otros en que pide abstenerse. Y en materia de política militar se ha exhibido una incapacidad asombrosa para haberse relacionado, desde los comienzos del régimen chavista, con el mundo militar en momentos en que la sociedad civil y sus dirigentes pudieron haber impedido en ese segmento el crecimiento del caudillismo militarista y la penetración ideológica que vino después, ante la inhibición del liderazgo democrático.

Podríamos seguir haciendo un inventario de las fallas restantes, pero sería un ejercicio para varios artículos de opinión más. Lo que sí pareciera estar demostrado, a estas alturas, es que otra oposición es posible y necesaria.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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