En la aldea
26 abril 2024

Carlos Ocariz, o la virtud de ceder el paso

La retirada ha sido una lección de templanza y sosiego que no debe pasar inadvertida en tiempos de declive, negociados, complicidad y mediocridad. Estamos ante una aleccionadora manera de alejarse de un teatro cuyos espectadores deben estar hartos de las patadas, los insultos, las patrañas y la usencia de respeto por el papel que se debe desempeñar en unas tablas tan comprometidas y visibles. Carlos Ocariz es un testimonio de madurez, que nace de una conducta capaz de impedir que el paisaje se vuelva lúgubre del todo. Ojalá que el beneficiado merezca el gesto.

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Elías Pino Iturrieta | 14 noviembre 2021

He escuchado con satisfacción el breve discurso a través del cual Carlos Ocariz retira su candidatura a la Gobernación de Miranda. Me parece una pieza inusual por el sentido común que destila, pero especialmente por el afecto que profesa a los electores. Solo lamento que no lo haya leído con mayor pausa y cuidado. Se siente mejor en el papel que en el micrófono. La reunión de la lógica con el amor por la sociedad no es habitual en los predios de la política lugareña, más orientada a pleitos minúsculos, a mover el agua pestilente que no pocas veces anima a los vecindarios, pero en esta ocasión la retirada ha sido una lección de templanza y sosiego que no debe pasar inadvertida en tiempos de declive, negociados, complicidad y mediocridad.

Especialmente por los apoyos con los cuales contaba, y por su trayectoria de líder en la comunidad cuya gobernación perseguía. Sobre esa trayectoria se puede pensar que tiene piso firme, debido a que sus rivales del régimen y de la curiosa oposición que lo adversaba escarbaron en sus actividades de diputado y acalde sin encontrar manchas de corrupción, ni otro tipo de manejos oscuros. Hubieran convertido un solo desliz en peludo lunar indeleble, en posibilidad de condenar una gestión hasta convertirla en pecado sin remisión, pero excavaron  archivos, cuevas y recovecos sin topar con los cuerpos del delito. De allí que  se empeñaran en ventilar la calumnia de que se había asociado con el régimen para la entrega de un militar golpista que gozaba y goza de prestigio por su denuedo, cuando en realidad el oficial cayó ante la policía por su irresponsabilidad personal. La lluvia de falsedades no cesó, pese a que no tenían sostén, y todavía se propala en cuentas de Twitter y en otros espacios de las redes sociales preparados para la tarea. De tal afán de matar con pólvora podrida se puede entender que no toparon con una manera más efectiva de sacarlo del juego.

“La mezcla de la necesidad de liquidar a un político con las arremetidas contra las organizaciones que lo respaldaron formó parte de una misma conjura, que encuentra fin en la renuncia de Ocariz a sus aspiraciones de la actualidad”

Y sobre los apoyos que levantó hay evidencias en las encuestas referidas en el discurso que ha provocado este escrito, y que he podido analizar con calma. Hay sondeos de diversa índole, unos más confiables que otros, unos más caprichosos que otros, y los de mayor credibilidad lo ponían de ganador frente al contendiente de la misma orilla. De lo contrario, no hubiera accedido la MUD a escoger su nominación. Cuando se presenta un trance lleno de riesgos los partidos reunidos en su seno no están para caprichos, ni para acuerdos sospechosos, ni para equivocaciones de monta. Cuando todos los ojos apuntan a sus decisiones y cuando sobran las ganas de señalar a los culpables de la tragedia venezolana, no va la MUD a decantarse por una preferencia sin soportes en la realidad, o por transacciones pigmeas de las banderías. La mezcla de la necesidad de liquidar a un político con las arremetidas contra las organizaciones que lo respaldaron formó parte de una misma conjura, que  encuentra fin en la renuncia de Ocariz a sus aspiraciones de la actualidad.

Una renuncia que acude a las matemáticas, dejando de lado heridas, agravios  y querellas. Un solo candidato puede más que dos candidatos sin vocación por  la cercanía y sin el ánimo de juntarse porque uno de ellos rechaza la alternativa de un acuerdo de abdicación, sugiere el líder que se aleja del centro de la escena. Obvio. Pero, después de sacar esas cuentas evidentes, asegura que continuará la campaña contra el candidato de la dictadura, subestimando las diferencias de la víspera, algunas abismales, que lo separaron y lo separan de quien queda ahora como monopolizador de los sufragios de la oposición porque él lo ha concedido. Como lo hace sin un vocablo ofensivo, sin las críticas que seguramente guarda en su memoria y en su pecho, o solo asomándolas un poco para no pasarse de cándido, estamos ante una aleccionadora manera de alejarse de un teatro cuyos espectadores deben estar hartos de las patadas, los insultos, las patrañas y la usencia de respeto por el papel que se debe desempeñar en unas tablas tan comprometidas y visibles.

En su discurso de renuncia, Ocariz quiso levantar un puente de adhesión íntima con el pueblo mirandino. Sugiero su análisis para comprobar si la afirmación no es exagerada, y para que me acompañen en la queja por la lectura mesurada que la ocasión reclamaba y que nos quedamos esperando. Más que el sendero de los argumentos que pretenden ser convincentes, prefirió el fomento de una querencia con la cual se ha comprometido, y que ahora demuestra poniéndose de lado para la consolidación de un proyecto político más probable, más factible, aunque susceptible de despertar prevenciones justificadas. La sensibilidad contra la atrocidad que pretende imperar en los negocios públicos, la nitidez de los nexos de humanidad frente al mal de las piedras, son para mí los rasgos de una dimisión excepcional. En suma, estamos frente a un testimonio de madurez que nace de una conducta capaz de impedir que el paisaje se vuelva lúgubre del todo. Ojalá que el beneficiado merezca el gesto.

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