En la aldea
26 abril 2024

La lógica del crimen pasional

“Maduro acusa a Fernández de ‘tener secuestrado el avión’, como si la justicia no tuviera su propia voluntad, como si los jueces argentinos fueran como los chavistas”. La autora pone en contexto la emocionalidad que se le ha impuesto al caso del avión venezolano-iraní retenido por la justicia de Argentina. Y agrega: “El gran argumento del presidente arrecho para reclamar el avión de Conviasa no era ahorrarles el camino de sangre y muerte a los venezolanos en el Darién, sino enviarlo a Cuba para aliviar el desastre de los tanques explotados en la isla”.

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Milagros Socorro | 16 agosto 2022

El populismo, ya se sabe, requiere constantes escenificaciones públicas. Ya para perseguir e inhabilitar adversarios, ya para adular y distraer al pueblo, ya para legitimar al actor político que protagoniza el show (o todos a la vez). Y, como la estrategia está mellada de tanto uso, cada vez debe revestirse de mayor desafuero para tener algún impacto. Esta es la razón por la que la reciente aparición de Nicolás Maduro, en el Teresa Carreño, fue una simulación de descontrol emocional.

El populista necesita una puesta en escena marcada por los excesos y, como es característica en ellos, no presentar reparos al ridículo, en cada aparición aumentan la apuesta y llevan los límites un poco más allá. Esta vez, Maduro, apoltronado, protegido por un mesón como un toro timorato tras el toril, gritó ante el público y la televisión: «Estamos bien arrechos con lo que está pasando allá [en Argentina, donde un tribunal retuvo un avión de Conviasa] y bien indignados por el robo del avión. Ya basta de abusos contra Venezuela».

No calcula Maduro, o quien le escribió el “discurso”, que en español los verbos ser y estar tienen significados muy distintos, a diferencia de otros idiomas, como el inglés, que carecen de esta diversidad. De manera que “estar” arrecho no solo es distinto, sino que, como bien captan los hablantes nativos, mucho más los venezolanos, usuarios del término, puede ser lo contrario de “ser” arrecho. Maduro está arrecho. A cada rato. Pero no lo es ni nunca lo ha sido. Si Maduro fuera arrecho, no tuviera que estarlo cada vez que su falta de carácter, de entereza, de probidad, estatura moral y talante de estadista, lo meten en un problema.

Para empezar, si el chavismo fuera arrecho, jamás hubiera usado el capital político que tuvo de partida para destruir al país; una operación, por cierto, incomprensible para todo el mundo, incluidos sus aliados. Si Chávez, que a cada rato lo estaba, y usaba los medios de comunicación de la República para exhibirlo, hubiera sido arrecho, ¿hubiera hecho todo, como lo hizo, para devastar a Petróleos de Venezuela y la infraestructura en pleno del país?, ¿eso lo hace un hombre arrecho o un bufón imantado por las tinieblas?

Si Maduro fuera arrecho, las autoridades de Trinidad no hubieran asesinado a tiros a un bebé en los brazos de su madre. Eso no se lo hace nadie a un gobernante arrecho, mucho menos esa islita insignificante. Y no solo se lo hicieron, se lo siguen haciendo. Enanos, como Aruba, humillan a venezolanos a cada momento. Mafiosos de todo pelaje roban, violan, someten a la trata y asesinan a venezolanos en todas las fronteras por donde intentan huir. ¿Eso lo permitiría un jefe de Estado arrecho?, serio, que cada cierto tiempo ofrece su programa de variedades con pataletas y pretendidos berrinches. No. Un jefe de Estado arrecho suma, a la sobriedad, la responsabilidad por la integridad física, moral y emocional de su pueblo. En vez de eso, mientras Maduro “está” arrecho, más de la mitad de ese pueblo “es” rehén del hambre, de penurias sin cuento y de un dolor que traspasará las generaciones.

Para colmo, Maduro es un imitador de las mojigangas de otro, con lo que sus perreras son más patéticas. El populista debe demostrar que nada puede oponerse a su voluntad. De allí que Chávez empleaba horas, qué horas, meses, en reforzar la idea de que no solo tenía energía, sino que con ella podía subvertir todo lo existente y electrizar a las masas. Para ello no se ahorraba arrebatos que lograba hacer creíbles.

Maduro carece de ese ethos de potencia, pero debe persistir con las banderas chavistas del vengador, las arengas contra los enemigos y la determinación de romper con cualquier práctica “del pasado”, lo que en realidad significa: cualquier conducta apegada a la legalidad, cónsona con la Constitución y, mucho más, con los rituales democráticos. Pero para eso necesita al pueblo, al cual va dirigida la rabieta.

Es la lógica del crimen pasional, como se llamaba antes (o, al menos, así espero) al perpetrado por el hombre que asesina a la mujer con quien ha hecho pareja. Como el tipo “está” muy arrecho y muy indignado, él pierde el control y mata. Y la sociedad debe comprenderlo, porque como él tiene una necesidad extrema de dominar a esa mujer y no admite su autonomía, él se deja arrebatar por la pasión y embiste. La falta de lucidez, la irracionalidad, el abuso, son usados como argumentos que, encima, buscan despertar simpatía hacia el homicida.

El Maduro bravito en el proscenio de la sala Ríos Reyna persigue dos objetivos, además, desde luego, de mantener al día la dosis de circo. Uno es llevar un elemento de coacción a las negociaciones de México, a las que se siente obligado a comparecer, cada vez con menos razones; y el otro, es el apremiar al gobierno de Alberto Fernández para que, a su vez, comprima a la justicia argentina, que es quien ha retenido el avión, la tripulación y, en fin, como hemos ido viendo, cada milímetro de la aeronave y cada movimiento de sus pasajeros.

Al proponer la emocionalidad como una ventana de infiltración de lo ilegal, Maduro exige al presidente argentino Alberto Fernández: «Que demuestre si es un pelele del imperio, si es un títere del imperialismo o si verdaderamente gobierno ese país…». Es decir, que demuestre que en Argentina tampoco hay separación de poderes, que la Justicia de ese país carece de autonomía y que el poder ejecutivo de allá puede comportarse como el de acá… De hecho, Maduro acusa a Fernández de “tener secuestrado el avión”, como si la justicia no tuviera su propia voluntad, como si los jueces argentinos fueran como los chavistas, que acaban de condenar venezolanos a 30 años de prisión en un “juicio” de cartón.

Llega, incluso, a amenazar a Fernández con «dar una batalla con todas nuestras armas comunicacionales»; esto, el mismo día que varios voceros de la dictadura afirmaron que no tenían dinero para pagar a los maestros venezolanos. Quedó claro que los recursos de Venezuela están reservados a los caprichos del tirano y, cómo no, a las necesidades de Cuba. El gran argumento del presidente arrecho para reclamar el avión de Conviasa no era ahorrarles el camino de sangre y muerte a los venezolanos en el Darién, sino enviarlo a Cuba para aliviar el desastre de los tanques explotados en la isla.

Ningún venezolano necesita que le expliquen la diferencia entre estar arrecho, dado a cualquiera, y ser arrecho, que exige una vida de comprobaciones, integridad y coherencia.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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