En la aldea
26 abril 2024

La pobreza del lenguaje o el lenguaje de la pobreza

“Por eso las revoluciones comienzan por enmarañar el leguaje, por crear epítetos humillantes, indignos, y luego modifican los significados y los significantes para cambiar la forma de pensar, de sentir y de actuar, sobre todo de las generaciones jóvenes”.

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Sonia Chocrón | 15 septiembre 2022

De los primeros despropósitos que recuerdo, uno lo protagonizaba ¿un funcionario?, sí, un funcionario de alto rango en los años iniciales del chavismo con Chávez. Lo rememoro hoy, después de casi dos décadas, como un hombre alto, trigueño y fornido, metido a juro dentro de un flux y prensado con una corbata, explicando que había que “disulidar” un asunto. El asunto, y eso no lo recuerdo bien, era alguna incongruencia, un guiso, un trampantojo. Cualquier cosa que después de tantos años me cuesta discernir pero que da igual porque en 23 años la historia termina siendo siempre la misma. Y añádale el bloqueo.

Después fue el presidente de la república bolivariana, el Bolívar redivivo en Hugo, con pizarrón y hasta marcador o tiza, hablando del verbo “adquerir”. Ni qué decir -y esto sí que lo recuerdo con mis carcajadas y todo- al militar que eructaba en cámara respondiéndole a una periodista que su pregunta era innecesaria porque lo que ella deseaba saber era “del popol bu” (SIC). Imagino que le sonaba más el Popol Vuh -aquella maravillosa recopilación de leyendas, mitología y narraciones del pueblo quiché- que el Vox Populi que realmente ameritaba en aquel momento para redondear la que hubiera podido ser su respuesta: eso es del conocimiento público.

Pero qué se le va a hacer: así hemos venido andando hasta hoy. Justamente, por estos días he leído un breve texto que me envía un amigo, al parecer de un sociólogo francés llamado Christophe Clavé, que afirma que:

El coeficiente intelectual medio de la población mundial, que desde la posguerra hasta finales de los años ‘90 siempre había aumentado, en los últimos veinte años está disminuyendo”.

Yo imagino que el intelectual galo echa mano de los datos de Francia, tal vez de Europa. Porque si hubiera tomado en cuenta nuestra data, hablaría no de la merma de la inteligencia sino directamente de la pobreza intelectual. La pobreza de la A, a la Z.

La primera causa probable para que ello ocurra es obviamente el empobrecimiento del lenguaje, dice. Así, desde hace años adoptamos y/o intercambiamos -mal- verbos, expresiones, calificativos, conjugaciones, modas. Desbaratamos poquito a poquito, suave suavecito el idioma, vamos.

“El Gran Hermano de Orwell afirmaba en ‘1984’ que si el pensamiento corrompía el lenguaje, el lenguaje también podía corromper el pensamiento”

Y llegamos a aperturar una cuenta bancaria en lugar de abrirla. A visualizar las carteras al salir de una tienda en vez de ver su contenido, a accesar a un sitio en lugar de entrar a él, a colocar la torta en lugar de ponerla. Claro que sabemos que el idioma es un ser vivo, late con el hablante. No es un manual de buenas costumbres, ciertamente. Sin embargo, resignificar palabras/verbos para sustituir los apropiados es reducirnos, restringirnos a lo menos en lugar de aspirar a lo más.

El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein decía que el “el límite de tu mundo era el límite de tu lenguaje”. Nada más cierto y probado.

La notable limitación, este acotado y degradado mundo es fundamentalmente un claro problema del lenguaje, y entre sus víctimas privilegiadas: los jóvenes, que nunca podrán hacer la ‘revolución’ cuando para expresarse solo usan menos de 300 palabras por día de un idioma básicamente estructurado sobre 800… Por eso el que manda necesita degradar, insultar, humillar… porque es la única manera de saberse vivo”. Dice el doctor en leyes, periodista y catedrático, el paraguayo Benjamín Fernández Bogado.

De allí a sembrar al muerto en lugar de enterrarlo, a que acudan los efectivos bomberiles en lugar de los bomberos a sofocar un incendio con el vital líquido en lugar de agua es solo un paso. (Por cierto, cómo sembrar a un muerto y luego desearle que vuele alto? Contradicciones endógenas…). Parece un chiste. Pero dudo que lo sea. Eso me dice la experiencia, que nada de lo que vemos y protagonizamos en estas décadas es gratuito.

Todas las sutilezas lingüísticas que nos estamos saltando a la torera, el vocabulario cada vez más reducido, el uso cada vez más atrofiado de los signos de puntuación, las mayúsculas e incluso hasta de tiempos verbales como el subjuntivo nos limita la mirada a un presente nada más, nos impide formular pensamientos menos simplistas y más complejos y profundos. Sin palabras o con muy pocas se hace cada vez más difícil articular el pensamiento. Y sin pensamiento mucho menos existe el pensamiento crítico.

Este trastocamiento de palabras es el colofón de una guerra que comenzó hace más de 23 años con las odiosas etiquetas de escuálidos, de disociados, cachorros del imperio, con los plastas de mierda y todo lo demás.

“Desde hace años adoptamos y/o intercambiamos -mal- verbos, expresiones, calificativos, conjugaciones, modas. Desbaratamos poquito a poquito, suave suavecito el idioma”

Por eso las revoluciones comienzan por enmarañar el leguaje, por crear epítetos humillantes, indignos, y luego modifican los significados y los significantes para cambiar la forma de pensar, de sentir y de actuar, sobre todo de las generaciones jóvenes.

El lenguaje de todo régimen autoritario-mafioso, dadas sus ideas, las emociones que capitaliza, y las conductas que siembra, es belicoso, carente de piedad o de verdadero amor al prójimo. Es un lenguaje de trinchera, de confrontación, y no pueden evitarlo porque su equilibrio está en la batalla. Frieron cabezas, maldijeron pueblos, amenazaron con revoluciones armadas. Un discurso “pendenciero” hubiera dicho mi abuela.

Pero, pasada la larga guerra inicial, llegada la hora del chavismo sin Chávez, nos hemos quedado con la re-alfabetización más boba. Que no es otra cosa que el lenguaje estupidizante que queda como el ripio de la neolengua: Ya no cumplimos años, le damos otra vuelta al sol. Ya no morimos, tan solo volamos alto. No hay damnificados sino dignificados, ni niños de la calle sino de la patria. Es eso que conocemos como “dorar la píldora”, o el engaño más básico.

Los estudios han demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir sus emociones a través de las palabras. Sin palabras para construir un razonamiento, el pensamiento complejo se hace imposible. Cuanto más pobre es el lenguaje, más desaparece el pensamiento. La historia es rica en ejemplos y muchos libros (Georges Orwell “1984”; Ray Bradbury  “Fahrenheit 451”) han contado cómo todos los regímenes totalitarios han obstaculizado siempre el pensamiento, mediante una reducción del número y el sentido de las palabras. Y no hay pensamiento sin palabras. ¿Cómo se puede construir un pensamiento hipotético-deductivo sin condicional?, ¿cómo se puede considerar el futuro sin una conjugación en el futuro?, ¿cómo es posible capturar una tormenta, una sucesión de elementos en el tiempo, ya sean pasados o futuros, y su duración relativa, sin una lengua que distingue entre lo que podría haber sido, lo que fue, lo que es, lo que podría ser, y lo que será después de que lo que podría haber sucedido, realmente sucedió? Queridos padres y maestros: demos a hablar, leer y escribir a nuestros hijos, a nuestros estudiantes. Enseñar y practicar el idioma en sus formas más diferentes. Aunque parezca complicado. Especialmente si es complicado. Porque en ese esfuerzo está la libertad. Quienes afirman la necesidad de simplificar la ortografía, descontar el idioma de sus “fallas”, abolir los géneros, los tiempos, los matices, todo lo que crea complejidad, son los verdaderos artífices del empobrecimiento de la mente humana. No hay libertad sin necesidad. No hay belleza sin el pensamiento de la belleza”, concluye Clavé.

Una población que ve limitada su capacidad de razonar y de expresarse, queda totalmente mermada, desprotegida, y a merced de cualquier manipulador interesado. ¿Acaso no nos suena esto conocido?

Claro que no descarto el peso de las redes, la impostora felicidad de Instagram, los escasos 280 caracteres de un tuit. Pero si a alguien le consta que las puñaladas lingüísticas emanan del poder -el oficial y su némesis- es a nosotros los venezolanos.

El Gran Hermano de Orwell afirmaba en “1984” que si el pensamiento corrompía el lenguaje, el lenguaje también podía corromper el pensamiento.

Por eso hay escasez y miseria: de la pobreza del leguaje hemos aterrizado, sin ninguna duda, en el lenguaje de la pobreza. La ignorancia es nuestra asignatura más fértil.

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La opinión emitida en este espacio refleja únicamente la de su autor y no compromete la línea editorial de La Gran Aldea.
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